Hoy es 25 de febrero, esta noche habrá luna llena.
Mientras me desperezo en la cama pienso en que es lo que me voy a poner dentro de lo que me ha pedido él. La verdad es que no nos hacen falta muchas palabras para entendernos.
Mientras me ducho recreo en mi cabeza las
asanas que haré, tengo unos 50 minutos, con lo que unas 8 y por si acaso un par de reserva, siempre hay que prepararse para los imprevistos.
Cuando me lo propuso contestando a mi anuncio de clases de yoga me sorprendió, él solo quería mirar como yo me quedaba estática en cada una de las posturas, con la particularidad que tenía que estar desnuda.
No negaré que la primera vez fui con muchos recelos, pero después de repetir varias veces confío en él y en que respetará los límites que le puse.
Él sabe de sobra que si toca cualquier parte de mi cuerpo pintada de carmín oscuro se interrumpe la sesión. Salgo de la ducha, me seco el pelo, me pongo una mezcla de aceite y agua para hidratar mi piel, y así completamente desnuda voy a mi habitación donde ya he dejado preparado la ropa que me voy a poner para él. Cada vez que quedamos, siempre en luna llena o luna nueva, es como un ritual para mí.
Cojo las medias negras que me llegan casi hasta las ingles, las pongo despacio, son un poco tupidas, más bien de invierno, un top negro de tirantes ajustado, un vestido de cuello redondo de color verde, entallado y con la falda con un poco de vuelo que me llega a medio muslo.
Nada de ropa interior, es una de sus normas, nada de maquillaje, ni pendientes ni relojes ni pulseras. Voy al baño, recojo mi pelo con una goma negra para hacer un recogido cómodo que no me moleste mientras hago las posturas y a la vez deje mi cuello blanco y fino al descubierto. Siento un hormigueo al verme así, ofrecida más que vestida. Solo faltan los zapatos, unos botines negros de tacón alto fino, algo que me haga sentir poderosa para equilibrar la vulnerabilidad de mi desnudez bajo el vestido.
Me pongo el abrigo, meto la esterilla de yoga dentro del cartucho para llevarlo. Al mirarme en el espejo y darme el ultimo vistazo parezco una arquitecta que va a enseñar sus planos, y la realidad no está muy lejos, voy allí a enseñar lo que hay dentro de mí de una manera u otra.
No tardo mucho en llegar, él no lo sabe, pero vivo a dos paradas de metro de su tienda de antigüedades. Al entrar suena un campana sutil y con una vibración duradera como si calculase al distancia que ha de recorrer entre la puerta y el lugar de la tienda donde se encuentra su dueño.
Oigo sus pasos acercarse desde el fondo y a medio camino nos encontramos, no hay besos, simplemente nos cogemos las manos, mejor dicho me las coge él a mí, casi como si pudiese leer con ellas no solo si tengo frío o calor sino como estoy por dentro. Me indica que vaya al despacho del fondo, mientras el pone el cartelito de “vuelvo en media” y echa el pestillo de la puerta de la calle.
Lo espero dentro del despacho, de pie, con el abrigo abierto, las piernas un poco separadas, mi sexo frío y tierno a la vez, encaramada a los tacones, recuperando un poco de temperatura en mi cuerpo, centrándome donde estoy, relajando un poco la mente, conectándome con el lugar.
Oigo que se cierra la puerta del despacho, se apagan un poco las luces, dejando apenas iluminada la zona en que pondré mi esterilla de yoga mientras él se va a un sillón de piel a sentarse en una especia de semipenumbra que apenas deja entrever sus manos y sus piernas.
Me quito el abrigo, lo doblo y lo dejo en una silla, extiendo el mat de yoga en la zona donde hay mas luz, me bajo la cremallera del vestido despacio y me lo quito con cuidado, quedándome con las medias los tacones y el top y mi sexo desnudo; me quito el top y noto como sus ojos me beben sabiendo que me he vestido así para él. A mí me gusta que se recree en mi imagen que me desee, que se caliente viéndome desnuda.
Dejos los tacones a un lado, y me quito las medias despacio intuyendo como se acerca la tensión del momento clave. Totalmente desnuda cojo de mi bolso una barra de carmín rojo, y lentamente pinto mis labios sabiendo que cada pasada dibuja una barrera entre el y yo convirtiéndola en zona prohibida para él.
Bajo a mi pecho y pinto apenas la punta de los pezones, dejando el borde externo de la aureola sin cubrir, y después bajo hasta mi sexo y recorro con la barra los labios suaves y tiernos , el clítoris y desde este una línea fina que llega hasta el ombligo. No lo negaré, es uno de mis momentos favoritos de los encuentros, negarle alguno de mis rincones de placer con apenas un gesto de mi voluntad y una línea roja que dibujo o borro a mi antojo en cada cita. Solo falta el último detalle, el pañuelo negro tapando mis ojos, me ayuda a concentrarme en mi misma en mi cuerpo yen las sensaciones.
Comienzo sentada, respirando suave unos minutos, de allí paso a hacer una posición como si fuese a lanzar una flecha, noto la tensión en mi pecho y como él se acerca, despacio y se pone a mi lado. Noto su respiración cerca de mi cuello, bajando despacio por el costado hasta acercarse a uno de mis pechos sintiendo su respiración tranquila como una marea que me bebe y me retorna a voluntad.
Cambio la postura a la del puente, completamente arqueada con mi pecho hacia arriba mi cabeza colgando hacia abajo, mis brazos extendidos, mis piernas abiertas, mi torso tenso, y noto como la yema de su dedo va despacio, muy suave, lubricada en aceite desde mi ombligo hasta la barbilla, dibuja formas lentas muy suaves, espirales alrededor de cada uno de mis senos sin llegar a rozar el pezón, mientras la otra mano acaricia desde el tobillo hasta mis ingles por la cara interna del muslo.
Me enloquece sentir sus manos, mi cuerpo tiembla como si fuese una cuerda de un violín apenas acariciada. Mi piel se cubre de miles de pequeños puntitos de luz que estallan como estrellas en una sensación de hormigueo continuo. No puedo aguantar mas esa postura, y cambio a una más cómoda para mí, me tumbo de espaldas, levanto mis piernas haciendo la forma de una L y abro mis piernas como si fuesen un compás dejando mi sexo abierto, con el carmín rojo un poco corrido por la humedad, y siento como se tumba entre mis piernas como el niño que curioso se acerca a mirar de cerca el corazón de una flor en mitad de un campo.
Y allí, apenas dos centímetros de mi sexo siento el soplo de aire caliente, lento, contante suave que sale de su boca, como velos de deseo que envuelven el agua , desde abajo hasta subir al clítoris, y al llegar allí se acerca un poco mas al borde de lo prohibido al mismo tiempo que su aliento de aire abrasador se vuelve más sutil, y quedo ahí, como colgada de un precipicio a un milímetro de caer al vacío del placer, pero él no me deja caer, me quiere mantener en ese límite que no se sabe si es placer o es tortura, extendiendo la vibración de la cuerda del deseo, la sensación de placer infinito sin llegar a él. Poco a poco el se retira, yo bajo las piernas. Siento que se va de mi lado como aquel que está punto de chamuscarse del fuego del placer se sienta de nuevo en su sillón.
Cuando finalizo las posturas, me quedo siempre cinco minutos tumbada en el suelo en las manos en el pecho intentando volver al mundo. Me levanto, me visto, primero las medias, luego los zapatos, el top, el vestido. Me siento excitada, con el cuerpo como un volcán, tranquila, poderosa, deseada. En la mesa hay siempre un vaso de agua, él sabe que me ayuda a volver al mundo terrenal, a apagar el fuego. Bebo un poco, medio vaso, despacio, sintiendo todavía su mirada en mi garganta como traga cada gota de agua conmigo como si me lo estuviese bebiendo a él.
Me acerco a su sillón, tomo el dinero de la mesa ”el dinero por la clase de
yoga”, me coge las manos unos segundos mas largos de lo habitual con su voz suave y honda me dice que me quiere pedir algo. Mi corazón cambia de pulsaciones no se muy bien si de placer o de terror, y entre las palpitaciones oigo como me pide que hoy le deje algo que le ayude a mantener mi recuerdo hasta la próxima vez.
Le digo que es imposible, que cada momento que hemos creado se destruye solo y el recuerdo es falso, pero que le daré algo mejor, algo que hará que yo forme parte de él.
Me inclino despacio hacia su boca, él la entreabre, abierto, receptivo, y en su interior dejo caer despacio, gota a gota con lentitud un chorro de mi
saliva caliente mezclada con el agua.
“Ahora ya soy parte de ti”
le digo, mientras suelto sus manos y me giro consciente que su mirada se clavará en mi cuerpo mientras recorro el pasillo hasta le salida, que su oído anhelará cada eco de mis tacones y su corazón se mezclara para siempre con mi esencia que baja por su garganta.
Relato escrito por evolución."nombre ficticio"
Una historia, que evoca en mi corazón, un bonito recuerdo,
y un extraño que se acerca y que abre una puerta hacia lo que algunos llaman, casualidad.
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